Mientras hay tiempo
Nos atascamos de muchas
formas. Nos atascamos donde todo el mundo se atasca. Nos atascamos por
pensar que la vida era infinita. En ese error de cálculo se originan los
mayores tropiezos. Nos atascamos porque ni él tenía aguante para atarse
a mí ni yo tenía coraje para soltarme. Nos atascamos porque él se educó
callando, no poniendo nombre a las cosas, y yo me eduqué en el mundo de
mi madre, que era un mundo de palabras. Nos atascamos porque no éramos
iguales ni demasiado diferentes. Nos atascamos porque él había reducido
el perímetro de su defensa a un palmo y yo aún creía en librar batallas
en campo abierto. Nos atascamos porque su depurado solipsismo lo llevaba
a conformarse con lo no expresado y yo exigía hechos. Nos atascamos
porque ambos creíamos merecer más de lo que teníamos. Nos atascamos
porque él no supo crecer y yo tampoco.
Nos atascamos porque las grandes enseñanzas de la vida a menudo llegan demasiado tarde.
Nos atascamos porque las grandes enseñanzas de la vida a menudo llegan demasiado tarde.
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