Y así quedan los dos solos, callados, con millones de cosas en la cabeza que no se han atrevido a decir. Que se quieren. Que se echan de menos. Que no son amigos, ni lo serán nunca, por mucho que quieran aparentarlo. Que no quieren una última noche, sino un millón, un millón y una de últimos besos.
Pero no lo dicen, ninguno de los dos. Porque no era el momento. Ni era lo apropiado. Y porque, además, iba en contra de las reglas.

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